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Una de las cosas que he aprendido en los casi diez años que llevo trabajando con los estudiantes de la Academia Socrática y con sus familias es que todos los padres son egoístas, al menos, en lo que se refiere a sus hijos. Cuando se trata de conseguir recursos que mejoren las posibilidades de crecimiento y desarrollo de sus hijos, ninguno de los padres que he conocido escatima esfuerzos para aprovechar cualquier ocasión que se presente para darles alguna ventaja. Incluso, en ocasiones, aunque esta ventaja suponga un injusto trato de favor respecto a otros. Los padres son egoístas por naturaleza. Y, después de todos estos años, me he llegado a convencer de que así es como tiene que ser. Ahora voy a intentar convencerte a ti.

Esta conclusión se basa en mi experiencia. Cuando en nuestro centro trabajamos con un estudiante con Necesidades Educativas Especiales (NEE), suele ser habitual que en torno a él nos encontremos a familias curtidas en una prolongada y ardua lucha para conseguir, primero, el reconocimiento oficial de las NEE de sus hijos, segundo, la aceptación de esas NEE por parte de todos y cada uno de los profesores que trabajan con el estudiante y, tercero, la concesión de los recursos educativos necesarios para que esas NEE no supongan que el estudiante esté inevitablemente condenado al fracaso escolar y, por ende, al fracaso socioeconómico que se deriva del mismo.

Lucha por el reconocimiento.

La primera batalla, y la que más duele, es la del reconocimiento. Antes que nada, está la lucha que cada padre tiene que hacer consigo mismo para aceptar que su hijo no es exactamente como él esperaba que fuera, que tiene un problema difícil de comprender y más difícil aún de resolver. Pero cuando los padres ya han superado esto, con la ayuda de educadores, psicólogos y médicos capaces de detectar esas NEE, se encuentran un entorno completamente desfavorable. La mayoría de las NEE están causadas por algún tipo de discapacidad intelectual y esta forma de discapacidad es la más invisible y menospreciada de todas. Para muchos padres resulta bastante duro sobreponerse a la incredulidad y el rechazo de tantísimas personas empeñadas en decirles que su hijo no tiene ningún problema. Pero como lo tiene y como es su hijo, no se rinden.

Ya dentro del sistema educativo, la asignación de recursos depende del reconocimiento oficial de estas NEE. La innegable lógica detrás de este requisito está en tomar la justicia como principio, que se haga una justa distribución de recursos en función de la necesidad de cada estudiante. El problema es cuando ese principio se constituye en una barrera infranqueable y, en vez de conseguir la asignación más eficiente posible de los siempre escasos recursos educativos, la bizantina burocratización en la que se parapetan, cada vez más, las instituciones públicas provoca la injusticia de que un estudiante vaya acumulando, curso tras curso, un mayor retraso haciendo que su problema se vuelva más difícil de resolver ante la impotente desesperación de sus padres.

En los últimos años se habían producido importantes avances en la coordinación entre los sistemas sanitarios y educativos en Andalucía para mejorar la intervención con los estudiantes con NEE. Sin embargo, tras el estallido de la pandemia y pese al autobombo del sistema educativo que intenta convencernos de que no se han producido carencias en la calidad educativa, en nuestro centro se hace patente que muchos estudiantes con NEE han sido afectados de forma crítica por el distanciamiento con los centros educativos y sus profesores. Las carencias en competencias y el retraso están ahí, pese a que sus notas no lo reflejen (porque, se diga lo que se diga, se ha pasado la mano sin miramientos de ningún tipo y más por esconder vergüenzas propias que por favorecer ventajas ajenas).

Lucha por la aceptación.

Para los padres de estos estudiantes, la segunda batalla que tienen que librar es la de la aceptación. Primero, dentro de la familia. Lamentablemente, no son pocas las ocasiones en que el diagnóstico de NEE se convierte en una fuente de conflicto dentro de la familia porque ambos progenitores no se ponen de acuerdo al respecto. Hay ocasiones en que la disconformidad respecto a las NEE se convierte en uno de los principales factores que provocan el divorcio de los padres y que dejan a los estudiantes en una situación más complicada aún de la que ya estaban.

Luego, fuera de casa, les queda la lucha para conseguir la aceptación de las NEE de sus hijos por parte de muchos de los profesores que trabajan con ellos. Para los padres resulta inverosímil que los mismos educadores que deberían ser más sensibles a estos problemas que ellos mismos, por formación y profesionalidad, estén afectados de semejante problema de ceguera voluntaria. Porque, a la hora de la verdad, no son pocos los profesores que eligen mirar hacia otro lado. Para algunos de ellos es tan fácil como decir que ellos no tienen las competencias para tratar las NEE y que esa no es su responsabilidad. En román paladino: que ellos son profesores normales para estudiantes normales.

La normalidad con la que algunos profesores escurren el bulto se ampara en la corporatividad de un sistema que prioriza el bienestar de los profesores por encima del de los estudiantes. Esto se me hizo patente cuando, hace algunos años, participando en un congreso sobre TDAH en la Universidad Pablo de Olavide, descubrí que la dirección educativa de la Junta de Andalucía tiene los conocimientos más actualizados posibles respecto a las estrategias que se deben seguir a la hora de intervenir con estudiantes con estos trastornos del aprendizaje. Ante la sorpresa de muchos padres y educadores que nos preguntábamos porque esos conocimientos no llegaban a los centros educativos, que actuaban muchas veces en contra de los mismos, la respuesta fue dolorosamente tajante: los jefes de los profesores (la Junta, la que les paga el sueldo) no pueden obligar a los profesores a formarse en estas cuestiones, porque lo prohíbe el convenio. La formación de los profesores es voluntaria, ellos deciden en qué se forman. Y si quieren seguir pasando de las NEE, pueden hacerlo perfectamente sin que esto les suponga ninguna merma en sus condiciones laborales.

Lucha por los recursos.

En este adverso contexto, los padres se enfrentan a la tercera batalla, la de conseguir los recursos educativos que necesitan para que su progreso académico no se convierta en un calvario. Como ya he sugerido antes, el sistema educativo se está convirtiendo en el imperio de la normalidad, favoreciendo la exclusión de los estudiantes más anormales. Yo mismo puedo aceptar que la normalización es un valor razonable para cualquier sistema educativo. Que los miembros de una comunidad, cada vez más global, podamos compartir un mismo lenguaje, unos sistemas de medida y cálculo o unos códigos culturales es una de sus funciones más elementales. Pero cuando se confunden normalización con normalidad y esta se toma como valor supremo (y se defiende que lo bueno es ser normal) se vuelve muy difícil para el sistema educativo responder a las necesidades de aquellos estudiantes que más se salen de lo normal, cuando precisamente estos son quienes más necesitan los recursos que puede ofrecerles un sistema educativo para adaptarse a una sociedad que ya va a dificultar su integración.

Por desgracia, no dejo de ver cómo los padres se chocan una y otra vez con las mismas barreras, buscando cualquier resquicio para que sus hijos puedan aprovechar cualquiera de los recursos disponibles para que su escolarización no se convierta en un suplicio o en un esfuerzo baldío del que no van sacar el provecho que deberían en función del tiempo y de la energía que le dedican. Y me da la sensación de que los centros educativos dificultan, cada vez más, la relación con la familia y con el resto de profesionales que trabajamos con el estudiante. Parecería que los centros se estuvieran convirtiendo en una especie de cajas negras (no se puede tener la menor idea de qué pasa dentro) o de torres de marfil (los profesores están cada vez más alejados de la realidad) y que las nuevas tecnologías, en vez de mejorar la relación, están utilizándose como escudo y barrera para la comunicación entre los profesores y el resto de la comunidad socioeducativa.

¿Para qué sirve la educación?

Por todos estos motivos, me duele tanto cuando el argumento que se esgrime para limitar la atención a los estudiantes con NEE o a sus familias es el de la equidad o el de la prevención de favoritismos. Es como si, desde el colegio, se viera al padre como un egoísta que sólo se preocupa por su hijo. Ese es el problema, que muchas personas se creen que el egoísmo es malo. Pero, a la hora de la verdad, unos padres, por muy filántropos que puedan ser, de entre todos los niños del mundo tienen a uno, o dos, o los que sean (los suyos) que son sus favoritos y por los que viven y se desviven. Confundir paternidad con favoritismo, creer que el egoísmo de un padre es injusto, cuando no hay nada más natural y justo que los padres quieran lo mejor para sus hijos, es, desde mi punto de vista, un error enorme.

El objetivo no debería ser limitar los siempre escasos recursos disponibles en aras de la igualdad, sino desarrollar la innovación necesaria en los sistemas, procesos y servicios educativos para atender cada vez mejor a los estudiantes que más lo necesitan, precisamente por lo poco normales que son.

¿Para qué sirve un sistema educativo? Si comprendemos que la respuesta a esta pregunta es promover el desarrollo de los niños para que se conviertan en adultos capaces de aportar el valor suficiente a la sociedad que les posibilite vivir con dignidad, ¿por qué no exploramos todos los caminos, incluidos los menos normales, para que cada niño pueda encontrar su lugar en la vida?

Los colegios ya cuentan con excelentes profesionales a los que les sobra vocación y capacidad. No es un problema de recursos, ni humanos ni económicos. El reto es dotar al sistema educativo de la creatividad, la innovación y la capacidad de adaptación a un entorno cambiante, en vez de convertirlo en un anquilosado diplodocus encaminado a la extinción. Nuestra supervivencia, como comunidad social cuyas raíces están en su educación, depende de ello.