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El miedo es una de las emociones más básicas y primitivas. Su naturaleza es simple, sin embargo, nuestra relación con esta emoción es muy compleja. Repudiamos el miedo y promovemos el valor al mismo tiempo que, socialmente, hemos construido un sistema cultural y político asentado en el miedo como principal factor de motivación y control. Y esto no es diferente en el ámbito educativo, en el que se ha generalizado el uso del miedo a los exámenes.

 Los niveles de estrés que experimentan los estudiantes son cada vez mayores. Y no tanto por un aumento del nivel de exigencia académica, sino por la forma en que se les está inculcando desde pequeños una relación limitante e improductiva con los sistemas de evaluación. El examen debería concebirse como una oportunidad para calibrar el nivel de aprendizaje, lo que se ha avanzado en un determinado contenido o si se ha adquirido o no una competencia. Sin embargo, son cada vez más los casos de estudiantes con los que trabajamos en Socrática en presentan unos mayores niveles de ansiedad frente a las pruebas de evaluación. Y, además, cada vez a edades más tempranas.

Este es un ejemplo paradigmático de cómo una emoción que evolucionó como una herramienta clave para nuestra supervivencia se puede convertir en algo que limita nuestra capacidad. El miedo a suspender del estudiante juega en su contra porque limita sus capacidades intelectuales, su creatividad y su memoria. Cuando sentimos miedo, nuestra atención se focaliza ante lo que percibimos como una amenaza. En este caso, el examen. Y nuestra naturaleza sólo nos ofrece dos respuestas instintivas ante lo que nos provoca miedo: evitarlo o huir.

Pero ningún examen es una amenaza real, nadie se ha muerto de un examen. ¿Qué es lo que está pasando aquí? Pues que desde pequeños se les ha educado a los estudiantes a vincular el fracaso en el examen a una multitud de experiencias desagradables o de consecuencias que realmente amenazan su calidad de vida. El rechazo de tu familia que te reprende severamente después de cada suspenso, los castigos que te privan de placeres como los videojuegos o que te desconectan de tus amigos al dejarte sin teléfono móvil o la amenazante perspectiva de una vida abocada al fracaso son los elementos con los que intentamos motivar a muchos estudiantes para rendir mejor.

El miedo puede ser un factor motivador excelente y puede conseguir que muchas personas muevan el culo para mejorar su calidad de vida. Nada más que hay que ver a esas personas que dejan de fumar y mejoran su dieta después de un infarto. Pero cuando se trata de aprender, de madurar intelectualmente y desarrollar competencias como la creatividad y apertura mental, el miedo juega en contra y limita la capacidad de nuestro cerebro de abrirse y crear, que es lo que necesitamos de verdad durante un examen.

Los educadores tenemos una enorme responsabilidad emocional a este respecto debemos hacer lo que esté en nuestra mano por erradicar el miedo a los exámenes.